Memoria social versus la memoria fluvial: olvido como raíz del riesgo de desastre

En 2006 fue el último evento de lluvias intensas e inundaciones, antes del último fin de semana. 17 años bastaron para bajar la alerta y habitar zonas que los ríos han ocupado históricamente, hace cientos y miles de años, cuando sus caudales crecen. Y sus desbordes hoy tienen graves estragos sociales.

Aluviones, desborde de ríos e inundaciones en sectores rurales y la periferia urbana caracterizaron al fin de semana pasado, del 23 al 25 de junio, a la zona centro sur y derivaron en una emergencia que llevó al Gobierno a decretar Zona de Catástrofe en seis regiones, desde Valparaíso al Biobío.

A raíz de un extremo sistema frontal catalogado de inusual que trajo intensas lluvias, incluso en sitios donde suele caer nieve, se gatillaron eventos como deslizamientos de tierra y crecidas de caudales de gran impacto social: el Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres reveló que hay 4 personas desaparecidas, más de 12 mil aisladas, sobre 13 mil damnificadas y se superan las 4 mil viviendas dañadas a distintos niveles, con más de mil completamente destruidas.

Son consecuencias catastróficas. ¿Pudieron evitarse, al menos mitigarse?, surge como pregunta, aunque otra perspectiva apunta a la capacidad de prever repercusiones ante ciertos fenómenos. Porque la historia, la experiencia y la evidencia cuentan que van a ocurrir. Porque “los ríos tienen memoria”, oración que ha cobrado protagonismo durante estos últimos días.

La memoria

La memoria de los ríos alude a la construcción y espacio fluvial que han ocupado de forma histórica”, resaltó el doctor Octavio Rojas, director del Laboratorio de Investigación de Reducción de Riesgos Socionaturales e investigador del Centro Eula de la Universidad de Concepción (UdeC). “La construcción del espacio fluvial se realiza por cientos o miles de años. El espacio que vemos que ocupa un río como el Biobío no fue el mismo que ocupó hace mil, 5 mil o 10 mil años”, precisó.

Es una escala geológica. Hay otra más acotada, humana, de cambios estacionales regulares en caudales y espacios fluviales ocupados a raíz de aumento o reducción de precipitaciones según la época. También pueden ocurrir eventos extremos más largos, como la megasequía que Chile ha vivido desde 2010, que influyan en los cauces.

En ese sentido, “la memoria de los ríos es un concepto que permite que sea fácil de comunicar que en eventos de gran precipitación y crecida, los ríos van a usar sus cauces y su zona de inundación histórica”, aseveró el doctor Jorge León, académico de la Facultad de Ciencias de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (Ucsc) e investigador del Centro Incar que lidera la UdeC y director del proyecto que realizó el documental “RIO: Ríos influenciando al Océano”, disponible en Youtube.

Por ende, enfatizó, durante las intensas lluvias que produjo crecida y desborde de ríos e inundaciones que afectaron en distintos niveles a varias comunidades pasó lo natural, esperable e histórico. El río, el Biobío, Laja u otro, hizo lo que siempre hizo e inundó donde siempre inunda, ocupó los espacios topográficos que antaño ocupó.

Distintos plazos

Así que crecidas, desbordes e inundaciones no son nuevos ni extraños, aseguró. Incluso, el reciente no se puede considerar a rajatabla como el mayor evento de este tipo. Aunque se perciben como inusuales al tener una recurrencia distanciada en varios años, hasta décadas, que dificulta que estén patentes en la memoria colectiva.

Al respecto, León recordó que en 2006 fue el último evento de lluvias excesivas e inundaciones que generó graves estragos sociales a nivel local. Ese año hoy parece lejano y ajeno, ha pasado un lapsus importante a escala humana para vivir cambios y sufrir olvidos, muy distinta a la geológica de los ciclos de los ríos y su memoria.

Una cosa es la memoria fluvial, de los ríos, y otra la social. Y la memoria social es a corto plazo y estudios sugieren que tras 7 años de ocurrido un evento va disminuyendo la percepción del riesgo y se van sintiendo que algunos espacios son más seguros para habitar”, sostuvo Rojas.

Pasaron 17 años y otros fenómenos ocuparon la agenda pública y la memoria social como la megasequía, efecto local del cambio climático global que ha exacerbado el riesgo de incendios forestales. El último verano se mantuvieron focos encendidos por varias semanas y consumieron casi 430 mil hectáreas, dejaron 24 víctimas fatales y casi 8 mil personas damnificadas en localidades de regiones del centro sur, como Biobío.

En cambio, no hubo tantos eventos de lluvia excesiva ni grandes inundaciones. “Entonces, muchas personas comenzaron a habitar espacios que usualmente ocupan los ríos durante una gran crecida, la mayor parte sin conocer que estas zonas son inundables. Pero, ahora, con el evento pluviométrico del fin de semana, los ríos vuelven a ocupar estos espacios que habían sido ocupados por la crecida del 2006”, aseveró.

Entonces, se desencadenaron esas nefastas consecuencias cuyo abordaje plantea retos y no dejan de interpelar desde el pasado al presente y con mirada de futuro en pos del bienestar social que depende directamente de una naturaleza con la que convivimos y habitamos, y se debe comprender y respetar.

Inundaciones

Foto de Indap

El reto de conectar la memoria social con la fluvial

Como la escala geológica es diferente a la humana, vivimos menos que lo que tardan procesos naturales como la migración de un río, es difícil percibir y comprender. Pero, la ciencia provee conocimientos vitales para decidir e impulsar estrategias para contribuir a la gestión del riesgo, resiliencia de territorios y comunidades, y bienestar.

Lechos y conflicto

La base para orientar las acciones es saber que en un río hay 3 tipos de lechos, precisó Octavio Rojas, investigador UdeC.

El primero es el canal de estiaje y dijo que es “el espacio que ocupa el río cuando tiene menos caudal”. Por ejemplo, el Biobío en verano, de caudal muy confinado.

Luego está un lecho menor, bien delimitado por sedimentos y vegetación. Se ocupa generalmente en invierno, cuando hay una crecida más recurrente”, añadió. En las recientes lluvias intensas, el Biobío no se desbordó en su parte baja y ocupó su lecho menor.

Finalmente está el lecho mayor que se asocia a inundaciones más grandes”, dijo, por lo que no suelen estar ocupados por agua. “Estos lechos son usualmente habitados por el humano. Tenemos ciudades asentadas en estos lechos y en el mundo rural se desarrolla mucha actividad agrícola o hay asentamientos de viviendas dispersas”.

Por ello advirtió que “durante grandes crecidas en que el río ocupa el lecho mayor es cuando se produce el conflicto entre las personas con el sistema natural”.

“Pero, el problema no es del río, sino de la sociedad y el Estado que olvida de estos fenómenos y vuelve a permitir la instalación de viviendas o actividades vinculadas al desarrollo de comunidades en riberas o zonas donde los ríos crecen e inundan”, manifestó el académico Ucsc Jorge León.

Al respecto, enfatizó que “ante un evento de esta magnitud de precipitación no puedes evitar que el río crezca”. Sí se puede evitar el peligro, ese conflicto, al gestionar el riesgo de desastres, porque se sabe dónde el río va a crecer e inundar, proceso vital en el ciclo hidrológico y los ecosistemas, y la amenaza que si hay actividad humana.

Gestionar riesgo

Y aunque se habla de desastre o catástrofe natural, es clave reconocer que son sociales: la naturaleza funciona de una forma, las sociedades la habitan y se exponen a amenazas ante fenómenos.

La gestión del riesgo busca reducir impactos desde la preparación de las comunidades en base a conocimiento y consciencia de características y amenazas del territorio. El foco son tres momentos clave: antes de un evento potencialmente catastrófico para prevenir, durante para responder y después para la recuperación.

En ese horizonte hay retos en distintos niveles para avanzar hacia la resiliencia y bienestar desde una memoria social conectada con la fluvial para gestionar riesgos.

Rojas primero resaltó que “en planificación y ordenamiento territorial hay mucho que trabajar y mejorar”, para definir dónde instalar viviendas o realizar actividades económicas, por ejemplo.

De hecho, sostuvo que es uno de los mejores instrumentos para evitar o reducir riesgos y que hay deficiencias en incorporar amenazas al planificar y zonificar ciudades, si bien el conocimiento sobre características de los territorios existe. Y aseveró que “en lo rural la planificación y ordenamiento es escaso”.

Añadió que “es importante contar con cartografías de peligro con mayores de detalles topográficos y niveles de peligrosidad por inundaciones de diferentes cauces. Creo que hay un déficit enorme y no permite asociarlos con los instrumentos de planificación territorial”.

Otra medida que relevó es “implementar infraestructura verde o soluciones basadas en la naturaleza para disminuir impactos de inundaciones, principalmente en lo urbano, y tratar de devolver el ciclo de agua que las ciudades han ido perdiendo por la impermeabilización”. Es que se han reducido espacios naturales como humedales o riberas. Humedales artificiales, zanjas filtrantes o pavimentos permeables son soluciones que nombró.

Jorge León agregó el mejorar los sistemas de alerta temprana con tal de tener información con más antelación. Esto debe ligarse con la acción de autoridades y comunidades en comunicación y respuesta oportuna.

Educación: pilar

Para cada avance la educación ambiental es gran pilar, y también hay que avanzar en esta materia, porque permite concientizar e impulsar cambios y acción de sana convivencia con la naturaleza, en este caso sistemas acuáticos.

Debe apuntar a que la sociedad conozca al espacio que habita para responder ante amenazas y reducir riesgos. Además, es esencial promover el respeto y protección para evitar actos como botar residuos que se acumulan y contaminan aguas y lechos, trayendo distintos efectos para la biodiversidad y personas. Ello incluye potenciar una crecida de caudal y exacerbar inundaciones con sus estragos, como se vio el fin de semana pasado en ríos como el Mapocho (Santiago).

Todo para conectar a la memoria social con la fluvial y natural en la acción y decisión, para “no olvidar que estos eventos van a volver a ocurrir”, aseguró León.

Con mayor razón por el cambio climático que vive el planeta y sigue avanzando, a cuyos impactos se considera a Chile uno de los 10 países más vulnerables, sobre lo que explicó que por estudios y modelos se evidencia que si bien han ido disminuyendo las precipitaciones en promedio, tendencia que se mantendría, los eventos extremos van a aumentar en frecuencia e intensidad. Y planteó que podrían acoplarse fenómenos distintos en poco tiempo, como ha pasado con la megasequía e incendios forestales con este reciente sistema frontal.

Fuente: Diario Concepción 02 de julio 2023. Periodista Natalia Quiero.